Hablando con un amigo las cosas se me han aclarado bastante, lo de siempre, la magia de ver las cosas desde fuera. Es verdad, no puedo seguir así, tan triste y desolada. No es mi naturaleza. Creo que estoy teniendo una ataque hormonal masivo de mi síndrome premenstrual y esa es la razón por la que últimamente lo veo todo negro.
Basta ya, mujer, ¡qué no es para tanto!. Sí, me lo digo a mi misma. Al cabo de media hora, las bajadas hormonales incontrolables me obligan a buscar una razón para mi insatisfacción. Está claro, por eso camino desganada por la vida. Bueno, y por eso a las mujeres nos toman por locas, a veces. Ahora que ya lo tengo claro, y sé que no me voy a morir de pena, ni de amor, ni de hemorroides, que sólo me va a venir la regla, puedo seguir intentando ver la vida de color de rosa.
Me contaba este amigo mío, que es muy inteligente y que además me consta que todo lo dice de muy buena fe, que tengo que dejar de darle tantas vueltas al asunto. Me lo explico con una metáfora que yo encuentro la mar de gráfica.
Si un día te metes un atracón de gambas y percebes, que te encantan, y por eso te hinchas a comerlos. Y luego, resulta que te pones mala del estómago por haberlos comido, ya sea por las razones que sean: porque no estaban frescos o porque comiste demasiados o porque te sentaron mal y te empachaste; es normal que dejes de comer gambas por un tiempo y hasta que odies las gambas y los percebes para siempre. Pero lo que no es normal es que dejes de comer jamón serrano pata negra, y menos aún que dejes de comer en absoluto, en plan huelga de hambre.
Las personas que dicen que no quieren estar con nadie porque se acaban de separar o porque les han dejado o porque lo han dejado, normalmente siguen empachados. Como quieren curarse en salud sólo quieren alimentarse a base de arroz blanco insípido, jamón de york con forma cuadrada, yogures naturales sin azúcar y manzanillas. Todo muy sano y natural en pequeñas dosis controlables. Si se les presenta un plato demasiado fuerte, pero suculento, exquisito, no se atreverán a comérselo, por miedo a la diarrea que les produjeron unas gambas, en mal estado seguramente. Prefieren quedarse a dieta y perderse lo mejor de la vida.
No se puede obligar a nadie a comer, y menos a estas edades. Cada cual decide qué comer y cuándo, es muy legítimo. Lo que jode un poco es invitar a uno de estos elementos a una mariscada, que acepte, y que cuando ya esté en la mesa te diga que se le pasó el hambre o mucho peor, que tiene alergia al marisco y prefiere un consomé.
¡Vaya desperdicio, diosito!. Al final es tan sólo miedo, pero jode igualmente. Además de que sale caro, porque la mariscada hay que pagarla igualmente.
Me voy a zampar media tableta de chocolate a ver si empiezo a ver la vida más dulcemente.
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