sábado, 9 de enero de 2010
la cadera de la ninfa
Si, va a ser verdad. La cosa está muy chunga. Y eso que desde que empezó la puñetera crisis estoy viviendo mis mejores años. La magia de asumir el cambio. Ya sufrí mi crisis global particular antes que ésta y por esa razón ni me asusto ni me meso los cabellos. Sé que cuando tocas fondo sólo te queda mirar hacia arriba y empezar a subir. El único pensamiento más desolador que tocar fondo es la posiblidad de permanecer allí, y que ese estado, que pensamos transitorio, se vuelva perenne. No creo que eso pueda ser, el cambio es una constante en este universo. En eso radica su encantamiento. Me harta el tema y prefería no tratarlo aquí. Pero es inevitable. Esta crisis planetaria me está afectando. Me aburro soberanamente en el trabajo. Infinito. Los clientes nos ignoran. Ni con rebajas se motivan.
Paso horas leyendo, divagando, soñando, rememorando como hacíamos el amor de cara al ventanal, como me besaste por primera vez deslizando la lengua por mis labios, sin atreverte a abrirlos, tus manos en mi espalda. ¡Oh dios, esto es una tortura! Es sábado y como siga así y me tome dos copas, me voy a arrepentir después. El tedio es lo peor para el mal de amores.
Entra una pareja, al fin, y me levanto con el resorte de la motivación acumulada. No entiendo a las mujeres que llevan a sus parejas de compras. Normalmente a ellos ni les interesa ni les apetece. Ellos preferirían hacer otras cosas y se les nota desganados. La clienta es una chica joven, de edad indeterminada, al principio de la treintena. Su piel es translúcida, sus carnes llenas, voluminosas y su pelo de un marrón indefinido, semicorto. Es alguien del montón que quiere permanecer en el montón, se esfuerza por pasar desarpercibida. Cuidado con esas, pienso. El chico lleva gafas y pasa mucho, seguro que piensa que cuándo se acabará el suplicio y podrá conectarse otra vez a la red o a la play.
Ella empieza a probarse vestidos. No le gustan los brillitos ni las lentejuelas, quiere algo sencillo, me advierte. En el sillón que está fuera de los probadores se ha quedado tirado el períodico que yo estaba leyendo. Él se sienta y un poco cohibido, lo ojea. Le doy permiso para leerlo con la mirada, mientras ella, en el probador, se pone un vestido. Sale a enseñarnos el resultado. No le gustan sus caderas. Él ni mira. Ella sigue mirando sus caderas, anchas, redondas, fecundas, y a su modo de ver, demasiado grandes. Él sigue mirando el periódico.
Le explico a mi clienta, que los hombres no nos ven como nosotras nos creemos que nos ven. Tener curvas es para ellos atractivo. Más de lo que nosotras pensamos. Él levanta un segundo la vista hacia su chica. Sin mirarme. Ella dice que lo que gusta a los hombres son un buen par de perolas y la conversación empieza a tener un caríz erótico-antropológico sorprendente. Lógico, ¡pensando en lo que yo estaba pensando antes de que entraran por la puerta!.
Intento aclararle que a los hombres les atrae el aquilibrio entre la medida del pecho y la cadera, y una fina cintura les llama más la atención que cualquier cosa. La forma de guitarra es lo importante para el varón en una hembra, así es como sus genes la reconocen fértil. Se oye una risita inintencionada. El clima se relaja y la chica decide probarse lo que le ofrezco. Voy a vender. Esta claro. Venderé un sueño. Como el agua.
Nos divertimos y empieza el festival. Ella se anima, excitada. Él intenta disimular, excitado. Un vestido ya está vendido, otro también. De pronto, la chica coge del perchero un minivestido de lentejuelas negras ajustado, con la espalda al aire y con grandes hombreras. Un vestido que quita el hipo. Se lo pone en un desafío. Ópticamente sus caderas y sus hombros están a la par, estrechado su cintura. La abertura en la espalda resalta su carne suave, rosada, que se hunde en su espina dorsal.
Mi teoría se vuelve práctica.
Ya no es la chica anodina que pretende ser, el vestido y la mirada de su hombre la han transformado en una ninfa alegre y nocturna revestida de brillantes escamas negras. Los ojos del novio levantan la vista del periódico, sus cejas sobrepasan sus gafas y un destello incontrolado de deseo traspasa el cristal. Carraspea cuando se da cuenta de que le he visto mirarla así y vuelve a enterrar las gafas en el periódico. Sigue haciendo que lee mientras ella se vuelve a vestir de niña buena.
En la caja, al pagar los tres vestidos, el novio, cortés, se ofrece a regalárselos. Alguna intención oculta se lo provoca, que incluye este sábado noche sin la play; perdidos en un bosque de vestiditos, brillos, espaldas y caderas, en pleno éxtasis orgiástico de las rebajas de enero.
pie de foto: desnudo de mujer, Sorolla
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Me ha encantando esta entrada. me he reído mucho. Veo que eres una buena vendedora. Me siento identificado con el novio de la chica. La verdad es que a los hombres nos produce hasta mal estar físico eso de ir tiendas con nuestras parejas.Tendrás mal de amores pero también tienes la capacidad de ver la vida que te rodea con alegría y de hacer reir.Felicidades.
ResponderEliminarGracias Forma, me gusta tenerte de visita y más si te hago reír, disfruta del domingo invernal
ResponderEliminar