"En la escala de lo cósmico
sólo lo fantástico
tiene posibilidades de ser verdadero"
Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) Filósofo y teólogo francés.
A las buenas personas les mueve más el cariño que el orgullo. Para mí, esa es la gran ley que rige el universo. No podemos evitar tener problemas con los demás; ni la persona más santa se libra de una confrontación. Las disputas siempre llegan. Hasta el aburrimiento puede conducir a una gresca, precisamente por eso mismo, aburrimiento. Motivos de pelea hay de todo tipo, desde el sabor de un helado hasta los cuernos inesperados, pasando por quién saca el perro a pasear. Intentar vivir sin conflicto alguno es como intentar vivir sin ruidos. Aunque no te gusten y odies los ruidos, las bocinas y las ambulancias, y decidas mudarte en plan asceta a una cueva en la montaña. Tarde o temprano rugirá al trueno en la noche, y te despertará. La cuestión es cuanto ruido toleras en tu vida. Eso depende de cada uno. Pasa igual con el conflicto.
Por lo general, intento evitar los problemas. Tengo poca tolerancia al ruido, sobretodo a los ruiditos constantes, odio el goteo del grifo roto en un fregadero de zinc. No puedo evitar que, de vez en cuando, se desate la tormenta encima de mi cabeza. Una nube negra me sigue allá a dónde vaya, descargándome encima la lluvia de problemas, como si en ese momento estuviera dentro de un capítulo de la pantera rosa. Cuando llega ese momento, casi siempre me pilla un poco de sorpresa. Saco el paraguas de la comunicación e intento resguardarme de la que me va a caer.
Si, soy un poco naïf, creo. Sigo pensando que merece la pena hablar las cosas hasta arreglarlas. También soy muy habladora, es cierto. Si, la comunicación es el único arma que conozco eficaz a la hora de solucionar un conflicto. Ni el orgullo, ni siquiera el cabreo o la ira más grande del momento, podrán frenar a alguien con verdaderas ganas de arreglar una situación conflictiva. Por supuesto que cuando se está en plena tormenta emocional, lo mejor es tomarse un respirito. No echar más leña al fuego y esperar la calma para hablar,.
Sin embargo, hay veces que ni eso se puede, y lo que sale de nosotros se lanza en el calor de la batalla. Suelen ser cosas que no queremos o no podemos decir. Son flechas envenenadas por la cólera y la impotencia. También hay cosas que sí queremos decir y que el conflicto explosiona. Bombas inconscientes de antiguas guerras, demasiado tiempo enterradas.
La respuesta del contrario suele ser vital para el curso de la guerra.
La respuesta de la indiferencia, la de la renuncia, la no-respuesta, es la respuesta de la cobardía. Suele doler, porque da la medida del interés real en la cuestión. La indiferencia ante la discusión acaba con la cuestión. En ningún caso la arregla. Es tirar la toalla en pro de una solución pacífica, y funciona. No hay discusión: dos no discuten si uno no quiere, cierto. Tan cierto como: dos no arreglan nada, si uno no quiere. Esta es una respuesta pasota, una respuesta desoladora, es la que te reafirma en que la discusión no le vale la pena para el otro. No incita al arreglo, sino al abandono. Se acaba el conflicto, pero a la larga se acabará la relación, por el desinterés.
La respuesta del cariño, la de la comprensión, es la respuesta del entendimiento. Suele ser mucho menos común, pero suele ser la que te da la medida del respeto del otro. Retoma la cuestión desde otro punto de vista más amoroso y la cambia bajo el prisma del entendimineto. Ver que tu interlocutor reacciona con amor, con empatía, minimiza los daños. Es la respuesta de la valentía, se responde con cariño, sin miedo. Se demuestra el interés, se abraza al problema. El conflicto ve su ira reflejada en el amor y pierde todo el impetu. Se puede empezar a dialogar, a llegar a un acuerdo. Si, al final, no se llega a nada, por lo menos queda la certeza de que se intentó, y el poso del amor permanecerá para siempre atado al problema. Tal vez no vuelvan a verse, pero el recuerdo siempre será cálido.
pie de foto: La noche estrellada, Van Gogh 1889 Museo de Arte Moderno de Nueva York
A las buenas personas les mueve más el cariño que el orgullo. Para mí, esa es la gran ley que rige el universo. No podemos evitar tener problemas con los demás; ni la persona más santa se libra de una confrontación. Las disputas siempre llegan. Hasta el aburrimiento puede conducir a una gresca, precisamente por eso mismo, aburrimiento. Motivos de pelea hay de todo tipo, desde el sabor de un helado hasta los cuernos inesperados, pasando por quién saca el perro a pasear. Intentar vivir sin conflicto alguno es como intentar vivir sin ruidos. Aunque no te gusten y odies los ruidos, las bocinas y las ambulancias, y decidas mudarte en plan asceta a una cueva en la montaña. Tarde o temprano rugirá al trueno en la noche, y te despertará. La cuestión es cuanto ruido toleras en tu vida. Eso depende de cada uno. Pasa igual con el conflicto.
Por lo general, intento evitar los problemas. Tengo poca tolerancia al ruido, sobretodo a los ruiditos constantes, odio el goteo del grifo roto en un fregadero de zinc. No puedo evitar que, de vez en cuando, se desate la tormenta encima de mi cabeza. Una nube negra me sigue allá a dónde vaya, descargándome encima la lluvia de problemas, como si en ese momento estuviera dentro de un capítulo de la pantera rosa. Cuando llega ese momento, casi siempre me pilla un poco de sorpresa. Saco el paraguas de la comunicación e intento resguardarme de la que me va a caer.
Si, soy un poco naïf, creo. Sigo pensando que merece la pena hablar las cosas hasta arreglarlas. También soy muy habladora, es cierto. Si, la comunicación es el único arma que conozco eficaz a la hora de solucionar un conflicto. Ni el orgullo, ni siquiera el cabreo o la ira más grande del momento, podrán frenar a alguien con verdaderas ganas de arreglar una situación conflictiva. Por supuesto que cuando se está en plena tormenta emocional, lo mejor es tomarse un respirito. No echar más leña al fuego y esperar la calma para hablar,.
Sin embargo, hay veces que ni eso se puede, y lo que sale de nosotros se lanza en el calor de la batalla. Suelen ser cosas que no queremos o no podemos decir. Son flechas envenenadas por la cólera y la impotencia. También hay cosas que sí queremos decir y que el conflicto explosiona. Bombas inconscientes de antiguas guerras, demasiado tiempo enterradas.
La respuesta del contrario suele ser vital para el curso de la guerra.
La respuesta de la indiferencia, la de la renuncia, la no-respuesta, es la respuesta de la cobardía. Suele doler, porque da la medida del interés real en la cuestión. La indiferencia ante la discusión acaba con la cuestión. En ningún caso la arregla. Es tirar la toalla en pro de una solución pacífica, y funciona. No hay discusión: dos no discuten si uno no quiere, cierto. Tan cierto como: dos no arreglan nada, si uno no quiere. Esta es una respuesta pasota, una respuesta desoladora, es la que te reafirma en que la discusión no le vale la pena para el otro. No incita al arreglo, sino al abandono. Se acaba el conflicto, pero a la larga se acabará la relación, por el desinterés.
La respuesta del cariño, la de la comprensión, es la respuesta del entendimiento. Suele ser mucho menos común, pero suele ser la que te da la medida del respeto del otro. Retoma la cuestión desde otro punto de vista más amoroso y la cambia bajo el prisma del entendimineto. Ver que tu interlocutor reacciona con amor, con empatía, minimiza los daños. Es la respuesta de la valentía, se responde con cariño, sin miedo. Se demuestra el interés, se abraza al problema. El conflicto ve su ira reflejada en el amor y pierde todo el impetu. Se puede empezar a dialogar, a llegar a un acuerdo. Si, al final, no se llega a nada, por lo menos queda la certeza de que se intentó, y el poso del amor permanecerá para siempre atado al problema. Tal vez no vuelvan a verse, pero el recuerdo siempre será cálido.
La respuesta del orgullo, la del que se mantiene en su posición. Es la más estúpida. No termina ni con el conflicto no lo soluciona. Es también la respuesta del que quiere tener razón a toda costa. Es la que hace que la guerra siga hasta la aniquilación de una de las partes o de las dos. Es el fin último, la terminación de la relación. No suele doler tanto como la indiferencia, porque siempre triunfa el espejismo de quién tendrá la razón. Se suele pensar, equivocadamente, que en la lucha orgullosa se dio todo, que se hizo todo lo posible. Si tener razón es más importante que el problema en si, entonces, ése es el problema.
pie de foto: La noche estrellada, Van Gogh 1889 Museo de Arte Moderno de Nueva York
Un post muy denso y con mucha miga. Yo tampoco soy partidaria de las discusiones, si las puedo evitar. Sobre todo prefiero dejar pasar el momento álgido y hablar más tarde, cuando las cosas hayan reposado. Y lo que intento evitar por encima de todo es decir cosas que hagan daño, porque luego tienen difícil arreglo.
ResponderEliminarLa actitud a tomar también depende de si se discute sobre algo ajeno a los discutidores -por ejemplo, distintas posiciones políticas, ideológicas o religiosas, en las que nunca se llega a un acuerdo y casi siempre crean mal rollo- o si se trata de un tema común que afecte al funcionamiento de la relación. Yo en el primer caso opto por la indiferencia o, más bien, por obviar el tema. En el segundo, no; entonces sí hay que hablar.
Y bueno, te he puesto un comentario directamente proporcional en tamaño a tu post. Perdona el rollo.
Hola Solatelas,
ResponderEliminarSiento la densidad, supongo que como ahora ando sin oficio ni beneficio, me densifico en exceso...vamos que en paro en casa, me da por pensar...
me a gustado mucho tu comentario, supongo que la maestría consiste en ver cuando es mejor mojarse y cuando no merece la pena...
un saludo, y a ver si no me extiendo tanto la próxima vez
Extiéndete todo lo que te pida el cuerpo ¡faltaría más! Además es un placer leerte y se hace corto.
ResponderEliminarEspero que se arregle pronto tu situación laboral.