Un día cualquiera, es uno de esos días que uno supone será igual al anterior e igual al siguiente. La luz de la mañana recién estrenada se filtra por las cortinas floreadas de la habitación. No se oye nada por la casa, todos duermen todavía. Entre mis pestañas descubro los rayos del sol reflejados en la pared, como haces mágicos de una varita inmensa. El polvo almacenado en la habitación les da un cuerpo dorado, partículas diminutas en suspensión flotan como diminutos duendes juguetones recién levantados.
Me doy la vuelta y busco la mejor postura. Inspiro con fuerza el aire, que huele a mi cuerpo dormido, y me arropo con el edredón intentando seguir durmiendo. Mis pensamientos caen de nuevo sosegadamente, y al igual que las partículas, van asentandose en mi mente.
Un pensamiento más brillante reluce en la negrura de mis párpados cerrados. Un pensamiento agradable, amigo, callado; un pensamiento alegre como la flor de su nombre.
Con los ojos cerrados, la comisura de mis labios se curva en una leve sonrisa de plena satisfacción. Siento el calor de mi cuerpo reflejado entre el colchón y las sábanas. Saboreo esa sensación deliciosa. Estiro las piernas a través de la cama y las siento vivas, vibrantes. Me acomodo. Vuelvo a hundirme en esta maravillosa somnolencia, un cosquilleo rosa empieza a recorrer mi cuerpo. Sigo viva esta mañana, me lo dice mi tacto, al hundir mis manos debajo la almohada.
Resbalo al vacío del sueño. Algo está pasando dentro en mis entrañas, una chispa de suave electricidad está recorriendo mis nervios. Los poros de mi piel se tensan y me dejo llevar por ese placer que conduce mi esencia. Me sumerjo en un mar cálido como las aguas del mediterráneo en pleno agosto. Manos y cuerpos entrelazados, estoy soñando con alguien sin rostro. Ni siquiera sé si es hombre o mujer o son varios, la luz de mi sueño es clara, casi blanca, las caras están borradas. Somos jóvenes y jugamos, no oigo lo que decimos, supongo que sobran las palabras. Instintivamente sé que estoy soñando dentro de mi sueño y rezo para que no se acabe.
Me arrastran olas oníricas deslumbrantes. Te veo un instante, entre nubes soñadoras de carne y aguas profundas de evocaciones. Te reconozco dentro mi mente dormida, aunque no vea tu cara. De pronto, un latigazo húmedo sacude todo mi cuerpo y me despierta del todo. Mi mano recorre mi costado para pararse en mi pecho, el corazón me late a mil. Estiro todo mi cuerpo, tomando conciencia, desperezándome del mareo y me incorporo.
Mientras voy hacia la ducha, veo la cama desecha, todavía turbada por lo que acaba de pasar. Entonces caigo en la cuenta: la alarma del despertador no va sonar esta mañana.
pie de foto: El Gran Masturbador, Salvador Dali 1929, Museo Reina Sofía
Te leo desde hace unos días, esta entrada me ha encantado, me gusta la forma que tienes de ver las cosas.
ResponderEliminarSeguiré leyéndote...
Saludos
Hola Anónimo,
ResponderEliminarme alegro de que te guste y de que disfrutes leyendo lo que escribo.
un saludo al tu a no ni mato.
Maggie, gracias por tu visita que me ha traido hasta tu blog. Sigue embrujándonos con tu magia.
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