barra telepática

Vuelvo a la barra del bar. Es imperativo. Como diría mi amigo Hugo, mi deporte preferido es la barra fija. Venimos de una exposición en el Museo del Traje. Tarde cultural. Me viene bien para poder salir del hoyo en el que me ha metido tu recuerdo. Simoneta sigue divina, como la diosa que es, hoy lleva un traje color champán, como su pelo, y zapatitos de prada de niña buena. Yo no salgo del color negro, no tengo ganas de arreglarme, he aparcado los tacones y voy de plano.

Simoneta sabe hacer que me olvide de ti, por unos instantes, me advierte que ya sólo eres una idea. Has dejado de ser corpóreo para ser rey absolutista de mis pensamientos. Es increíble. ¿Cómo puedo hacer todo lo que se supone que tiene que hacer un humano, sin que abandones ni un minuto mis pensamientos?.  Siempre latente, como un pequeño tumor de desamor. Todo esto tiene tintes de locura alucinógena. Es cierto, no lo niego. Hago un gran esfuerzo por subir al paraíso con los seres de carne y hueso. Sobretodo con los de carne. Quiero consuelo y me pido un gin-tonic.

- ¿Y qué es el amor? -me pregunta Ramón, avanzada la noche pegados a la barra. Su mirada pícarona me dice que me está testando. Me pienso mi respuesta. Al fin y al cabo este hombre cincuentón cita en latín a Cicerón y no quiero quedar mal.
- El amor es unión -respondo pensando en ti. Incapaz de ver más allá del fondo de mi copa.

Pienso tanto en ti, tanto, que creo que puedo llegar hasta tus pensamientos. Leer tu corazón y saber lo que piensas. Meterme dentro de ti a dos mil kilómetros. Ser telepática, ese es mi verdadero consuelo.