Me contaba un amigo a la salida del cine que a las mujeres nos gustan los malotes y que por eso no tenía novia. No quiere cambiar su naturaleza gentil por encontar una princesa que quiera sufrir y prefiere quedarse como está.
Es verdad que veo en mis amigas y en mi misma que cuando la cosa es muy fácil ya no nos atrae. Puro masoquismo emocional, supongo. Cierta dificultad hace que cuando se consigue el objetivo se multiplique la satisfacción. Claro que puede que el dicho "quien bien te quiere te hará llorar", nos haya calado hondo y tengamos esa idea de que si nos hacen llorar es que nos quieren.
A mi no me gusta llorar, aunque reconozco que a veces no lo puedo evitar. Después de una buena llantina casi siempre me he sentido más relajada, como drogada. Pero para nada más querida. Sólo me ha servido para darme cuenta que llorando no se arregla nada y que te salen después unas bolsas horribles en los ojos.
Llorar es un desahogo, seguramente se llora porque se está uno ahogando.
Mi pobre amigo me mira con cara de pena. Resignado a su intencionada bondad. Me doy cuenta de que en algún sitio se esconde la bruja que le transformará, sino la conoce ya, y que un inesperado día caerá rendido ante los encantos de esa hada alegre, que le embelesará el alma y le robará el corazón. Y cuando llegue la noche que llore por ella, se dará cuenta de que la quiere de verdad.
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