Reconozco su figura a través del cristal. Sé que es él aunque hace ya casi 6 meses que no le veo. La puerta se abre, dudo un momento si levantarme. Tengo miedo. Cada vez que le veo, siento lo mismo. Un terror paralizante que hace que no haga nada de nada. No se me escapa ni una sonrisa cuando me saluda.
Montones de pensamientos se agolpan en mi cabeza entre el pánico de mis hormonas, pero uno predomina: este hombre me encanta. Y entonces me distancio. No lo puedo evitar. Él me mira fijamente a los ojos y por su forma de mirar sé que me está midiendo. Eso hace que me guste mucho más y que yo sea aun más fría.
Así han sido nuestros pocos encuentros por trabajo en la tienda.
Se me acerca más de la cuenta cuando me explica como funciona el aire acondicionado. Dios. Se aleja para mirarme a los ojos y preguntarme si lo he entendido. Dios. Yo ya no entiendo nada.
Pero hoy es diferente. Al cruzar el umbral de la puerta he vencido mis miedos. Me he mostrado natural. Le he dedicado la mejor de mis sonrisas, le he mirado a los ojos y le he dado dos besos. Los primeros en casi dos años. Él me ha vuelto a mirar con sus profundos ojos de gato madrileño y me ha dicho: "por fin sonríes".
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