La habitación es casi toda blanca, blancas son las sábanas de lino y blancas son las paredes. Los pocos muebles están enfundados de igual blanco. Blanca como las velas consumidas. Amanece lentamente el domingo.
Don Rodrigo siente el calor de la mujer a su lado. Escucha su respiración con los ojos cerrados. Ella duerme el sueño de los lujuriosos, rendida después de una larga noche de aullidos. La mujer tiene una mano apoyada en su pecho, cerca de su corazón, para sentir el pulso de su amado en sueños. Don Rodrigo no puede dormir acompañado. Nunca ha podido. Cuenta los segundos hasta que la buena educación le permita salir de ese lecho de pasión y desenfreno. Es una pequeña condena, siente los dedos de la mujer suaves y cálidos sobre su vello. Esa sensación le pone nervioso, quiere acabar cuanto antes y espera impaciente la salida del sol.
A veces se atreve a abrir los ojos y mirar a la mujer a su lado. Inocente y satisfecha duerme tranquilamente. Es algo que odia profundamente. ¿Cómo puede dormir ella tan tranquila mientras su mano le toca el pecho?. Se está volviendo loco, los segundos pasan y la mujer sigue durmiendo. El sol no se anima a salir. Su tacto le irrita. Empieza a rezar a un dios desconocido, al dios de los amantes de una noche, para que la mujer se mueva y le libere de su cadena. Pero el dios de los amantes satisfechos, sigue acunado a la mujer.
Aprieta los ojos y controla su ira, respira hondo expulsando el aire con fuerza, para ver si su compañera se despierta. Nada. Se concentra en controlar sus ganas de saltar. Imágenes de la pasada noche llegan a sus párpados. Las curvas de los glúteos femeninos, las piernas enfundadas en unos "manolos" de seda de doce centímetros mirando al techo, los tacones al viento. La espalda crispada de hembra hambrienta. Intenta por todos sus medios que esas sensaciones placenteras compensen la tortura de este amanecer. Anoche se sintió el capitán de un barco volador, el dueño de las olas de esa mujer. Neptuno en mares vaginales, navegando entre aguas cristalinas de oscuro placer. Hoy, en puerto, quiere partir.
Don Rodrigo, se considera un señor con principios, no gusta usar de prostitutas. Lo considera una bajeza. Quiere ver el placer en los ojos de una hembra, quiere hundirse en la mirada en pleno orgasmo y saber que no es ficticio, que ella no lo está fingiendo por un par de billetes. Quiere reconocer el placer puro por puro placer. Y eso no se puede comprar. No se pueden comprar las contracciones vaginales incontrolables de una mujer enamorada. Cree ciegamente que es uno de los privilegiados, porque cree reconocer un orgasmo femenino. Y las putas no se corren de verdad, o eso piensa él. En estos segundos previos al amanecer, se arrepiente un poco de que la mujer no sea una de ellas. Si lo fuera, él se estaría ahorrando todo este suplicio. Piensa en la cena de anoche, en un restaurante bueno y caro, piensa en las copas en un local selecto, en el taxi que le ha llevado a las afueras. Piensa en el dinero invertido para pasarlo bien con esa mujer. No se acuerda dónde ha dejado la cartera ni la corbata de seda.
Abre los ojos y ve como la tenue luz de la mañana invernal entra en la habitación. Ya no aguanta más. Levanta lentamente la mano de su amada, con toda la suavidad que es capaz de controlar y se obliga a besarle la frente, como pidiendo perdón. Ella abre los ojos llena de amor y deseo, quiere más.
Con la energía que dan las ganas de correr sale de la cama, busca su cartera y su corbata, que enrolla amorosamente y guarda en el bolsillo de su chaqueta, la cartera está dentro de los pantalones. Ahora puede respirar, ahora ya es feliz. Termina de vestirse. La mujer le mira desde la cama, suplicante, sin decir nada. Ya vestido, se acerca a la cama que huele a su semen, y la vuelve a besar, apasionadamente.
-me voy a trabajar
-es domingo
-tengo cosas que preparar
-ya
-te llamo esta noche
Al salir a la calle el sol brilla. Don Rodrigo respira el aire de la mañana y desplega las velas.
Mi querida señora
ResponderEliminarYo el uso de los servicios de las señoritas de mala reputación no lo considero una bajeza sino una necesidad propia de aquellos a los que la naturaleza no dotó de hermosura. No tengo principios, solo una cara digna de esconder bajo una bolsa de papel y un micropene.
Ya ve usted (o no lo ve, pero imagínelo)
Siempre suyo
Un completo gilipollas
Querido Gili,
ResponderEliminarUd. es muy libre de hacer uso de lo que quiera.
Sólo decirle que la ausencia de hermosura no es argumento, tampoco el tamaño de sus genitales.
Siempre suya
La Maga Maggie
Querida Maggie: ¿seguro que no tienes una cámara oculta en mi dormitorio?
ResponderEliminarNo es una cámara, son mis poderes para normales. Puedo hacerme invisible y mirar a los normales dentro de sus dormitorios sin que me vean.
ResponderEliminarNo olvides que soy maga.
Un saludo
Los normales somos todos bastante parecidos. Follar es una cosa y dormir otra muy distinta. Y para dormir, lo que se dice dormir, nada como la soledad. D. Rodrigo tiene toda la razón.
ResponderEliminarEstimado Mirón,
ResponderEliminar(por cierto, bonito nick)
Muchas gracias por la aclaración, aunque yo a veces, me duermo follando y follo durmiendo. Lo dicho, no soy normal.
Un mágico saludo
Una mano como una losa era esa. Una vez desplegadas las velas, quizás no haya líneas telefónicas que valgan.
ResponderEliminarMe gusta la manera en que lo has relatado. Seguiré atenta, Maggie.
Una losa, lo has dicho bien. Ójala los cabos de la línea telefónica se soltaran...pero la mujer se aferra a ellos.
ResponderEliminarGracias Duschgel, tambien te sigo para estar un poquito más cerca de mi segunda patria.
LG
Si a Don Rodrigo le gustara dormir con sus amantes ya no habría historia. Me ha encantado el relato.
ResponderEliminarBesos!