domingo, 11 de abril de 2010

paraísos próximos

El paraíso 
lo prefiero 
por el clima; 
el infierno 
por la compañía.
Mark Twain (1835-1910) Escritor y periodista estadounidense.


Me siento extraña. Mi cerebro registra la realidad de forma diferente estos días. Los restos del alcohol de las noches pasadas navegan por mis arterias obstruidas de resentimiento. Si, es verdad, por mucho que ya no sufro tan intensamente como he llegado a sufrir, sigo resentida. Una palabra interesante. Re-sentimiento. Vamos, que de tanto sentir me he pasado de vueltas. Creo que es eso lo que me ha pasado. De tanto sentir, me resiento. Re-siento. Re-caliento. Re-velo. Lo lógico sería que dejase de sentir, para no acabar tan Re. R. Una de mis letras favoritas. Resentida. Rejodía. Rebelde. Rabiosa. Radical. Si, pues ya he llegado a este punto. Y mi estado de ánimo es tan raro, que no sé si voy a acabar en la cárcel o en el sanatorio.

Ahora comprendo muchas cosas. Y otras he dejado de entenderlas. Me gustaria bajarme en la proxima estación, en la conjunción Urano-Saturno. Es que ya me estoy marendo de dar tantas vueltas. Además me esperan desde hace tiempo. No me gusta hacer esperar a nadie. Tantos ciclos, tantos. La regla, las estaciones, el dinero, la salud, los amores, los desengños, las estrellas, los universos. El ciclo infinito. La gran espiral.

nacer.crecer.reproducirse.morir.nacer.crecer.reproducirse.morir.nacer.crecer.reproducirse.morir. nacer.crecer.reproducirse.morir.nacer.crecer.reproducirse.morir.nacer.crecer.reproducirse.morir. nacer.crecer.reproducirse.morir

Estoy cansada. Supongo que este tren se para en cuanto te das cuenta que no merece la pena mover nada, que es mejor parar. No tomar acción, no tener una reacción. Pero la acción forja el carácter y el carácter es, en esencia, nuestro Destino. Por esa razón sólo te puedes apear una vez muerto. O no mover, pero eso es imposible, porque todo se mueve. Todo. Hasta los continentes.

Esa es la esencia misma de la meditación, y es lo que me lleva a no poder soportar mucho tiempo entre mis compañeros de especie en constante movimiento vital. Reconozco que ahora tengo graves problemas para aceptar lo que ocurre en este tren loco sin maquinista. Es como cuando vas en el metro un lunes por la mañana. Miras a tu alrededor y ves vagón lleno hasta los topes de gente indiferente, a su bola, que lee libros o escucha su música con tal de no fijarse en el que está enfrente. El metro va cargado de indiferencia hasta arriba, sin espacio ni para el aire. Es el cargamento que más transporta. Porque asquea tanta proximidad. Y es mejor ignorar el asco. Eso no quiere decir que no lo sintamos.

A mi me pasa, y pienso que no tengo nada que ver con la cría llena de piercings vestida de bershka. Ni con la señora que huele a vieja que me está rozando el brazo, sin darse cuenta, porque está concentrada en mirarse las puntas de sus zapatos del siglo pasado. Y tengo que aguantarme, no decir ni una palabra. Como con las hemorroides.

El silencio reina en esos vagones. Un asco nauseabundo y callado. No se escucha nada más que los casquitos a toda tralla de algún hevorro, o la melodía hortera de algún telefono casi sin cobertura. A veces ves a alguien interesante, un hombre o una mujer, pero no puedes hacer ningún tipo de comentario o aproximación. Ese mismo hombre en un bar te atosigaría hasta la desesperación, pero en el metro se hace el indiferente.

Aguantamos la tortura de la proximidad de los extraños, asqueados de tener que ir al un trabajo monótono, absurdo, cíclico, que no nos aporta nada salvo dinero. Dinero para poder comer, vestirnos y calentarnos.

Igual que las tribus que visité hace años al norte de Thailandía. Pasaban todo el día ocupados repartiendo las tareas: en los campos de arroz, en recolectar frutas, alimentar a sus animales, buscar leña, construir sus casas de bambú, criar a sus hijos, confeccionar utensilios, bañarse en el río, al final del día se sentaban a cenar al fuego y escuchaban las historias de los mayores. Como nosotros vemos la tele. Al día siguiente igual. En esencia los humanos tenemos que trabajar para conseguir el sustento. Pero no para pagar intereses, por eso no hay que ir a trabajar. Ni multas, ni hipotecas, ni iphones, ni coches de lujo. Eso no nos hace más humanos, nos hace más inhumanos.

Eso sí, cuando llegamos a nuestras casas, después de una extenuante jornada laboral. Solos o acompañados por nuestros seres próximos. Nos conectamos a las máquinas en busca de contacto con extraños. La diferencia radica en el tacto. Tocamos y amamos a las máquinas. Eso no asquea, aunque al otro lado hayan seres que te pueden llegar a asquear mucho más que la transpiración ajada de un desconocido que no se lava. O un conocido al que ya has olido demasiado.

Me bajo. Próxima estación: Paraíso. Correspondencia con líneas R y P. Es mi parada. Hoy es domingo y en teoría no se trabaja, así que no me importa cantar por los túneles del metro.

3 comentarios:

  1. Lo más posible es que sea un estado pasajero, no te preocupes.

    De todos modos nadie dijo que no se pudiera cantar en el metro los días que no sean domingo ;)

    Otro beso, Maga.

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  2. Mi querida amiga, los trenes paran en muchas estaciones y de la misma manera en una estación pasan muchos trenes.
    No se empeñe en coger siempre el mismo tren en la misma estación...
    Por cierto, excelente su texto... excelente.

    Siempre suyo
    Un completo gilipollas

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  3. Hola Elektra, eso supongo yo...y es que ¿no es todo pasajero, como yo en este tren loco?

    Ya, pero a los que cantan en el metro les tiran monedas...

    Un beso

    Mi querido amigo Don Completo, sus gilipolleces me alumbran. Está claro que debo cambiar de tren, y hasta de estación y dirección, esa es la gilipollez más grande que me han dicho últimamente, aparte de la de "¿y tú a qué dedicas el tiempo libre?"

    A sus pies, caballero

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confiesa aqui o en: lamagamaggie@gmail.com

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