jueves, 17 de diciembre de 2009

aquelarre peruano

Ayer la comida ente amigas reencontradas fue maravillosa. Mujeres que ya no son ningunas niñas, pero que se conocieron cuando lo eran. Algo más intenso nos une a unas con otras. No sólo nos hemos criado de formas parecidas y en colegios comunes. No sólo somos de la misma generación y compartimos recuerdos y emociones. Somos amigas y nos compenetramos. Nos escuchamos y nos interesamos por los problemas de las otras.

Ayer fue una de esas comidas memorables, en un resturante peruano al lado de mi trabajo. Nos había costado tanto coordinar horarios con los niños, el trabajo, los viajes que yo pensaba que sería imposible reunirnos todas en una misma mesa. Pero lo logramos. Lo estábamos deseando desde hace tiempo. Y es que esos aquelarres son la sal de la vida. En ellos podemos ser nosotras mismas, sin miedo a nada. Ni que opinará Fulanito y que pensará Zutanita.


Somos cinco. Número mágico por excelencia. Cada una excepcional a su manera. Lorena es morena, racial y graciosa. Con un humor ácido que hace que te preguntes cómo en ese cuerpecillo tan bien proporcionado puede meterse tanta ocurrencia. Suele permanecer calladita hasta que te suelta una de las suyas y nos partimos todas de risa. Amanda es rubia y menuda, con manos delicadas que hablan mucho de la ternura que le desborda el corazón. Es reflexiva e incisiva, cuando habla es como si hablara el oráculo de Delfos. Confío en ella, la conozco desde la niñez. Su risa llena castillos de alegría. Carlota es un volcán como su pelo rizado trigo tostado. Es pintora y se nota, su vida es una novela. Me encanta escuchar lo que cuenta y cómo lo cuenta. Es una mujer interesante que interesa desde el primer segundo que entra en una habitación. Alina es morena y elegante. Con mirada dulce y cuerpo que es la pesadilla de cada hombre que se cruza. De inteligencia rápida y con mucho gusto por lo bueno. Una chica con clase. Y yo, que soy como mi blog, o eso dice Amanda. Loca a veces y a veces cuerda, sobre todo la que me dan para no dejar de hablar. Pelirroja, grande y llamativa. Mi tono de voz intimida y mi padre dice que me río como una bruja. Por principio alegre aunque con temperamento de mil demonios.

Las cinco hacemos alquimia de la vida. De nuestras conversaciones sale oro. Nuestras bromas son diamantes. Algunas de nuestras palabras se convierten en conjuros que nos hacen felices al instante. Si, cuando nos juntamos hablamos de hombres y nos tronchamos. Pero también hablamos de mil cosas más.

Cuando nos despedimos, contentas de habernos visto, felices y divinas, sabemos que nos volveremos a ver porque ninguna ha dicho: SI ESO TE LLAMO, REINA.(jajajaja)

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