jueves, 17 de diciembre de 2009

erase una vez...

...en un reino muy lejano habitaba un príncipe en una torre de algodones. Era un joven apuesto, alto, delgado y gallardo. Y a veces un poco torpe. Vivía tranquilo sin preocuparse por nada ni por nadie realmente. Sus súbditos eran eso para él: súbditos. Siempre era respetuoso con ellos, pero mantenía las distancias. Era orgulloso, al fin y al cabo era su príncipe y quería ganarse su respeto. Siempre decía lo que pensaba sin importar las consecuencias, él podía hacerlo: era un príncipe.

Se dedicaba a emplear su tiempo en las típicas cosas reservadas para los de su clase, sin entender cómo otras personas podían perder el tiempo en fantasías y en cuentos sobre brujas y magos. La vida era real, predecible. La fantasía era demasiado voluble, se podía cambiar a voluntad. Eso le exasperaba. Le gustaban las cosas predecibles. Como que siempre hubiera caza en sus bosques o que su caballo preferido estuviera siempre ensillado a la hora de su paseo matutino. Cuando veía que algo se salía de la norma según él, no tardaba en hacer notar su enojo y reprender a sus vasallos. Tanto fue así que impuso la ley de que NADA CAMBIASE en su principado. Todos los habitantes de aquel feliz país tuvieron que acatar dicha ley so pena de destierro. No quería enojarse, odiaba el conflicto; como sabía que los cambios le enfadaban, decidió prohibirlos.

Los años pasaron y siguió siendo el mismo príncipe en el mismo principado. Se creía feliz y creía que sus vasallos también lo eran. Como buen mozo que era se buscó una joven para cortejarla. Una doncella de buena cuna que a la edad de 16 años cayó rendida a los pies de su majestad. Él era también joven y amó a la doncella. Descubrió el amor en sus brazos.

Un día soleado de verano, al poco de empezar a amarse, paseaban por las calles de la cuidad . Al pasar por la iglesia más bonita de todo el reino la doncella se detuvo y cogiendo la mano del príncipe le dijo emocionada que algún día se casarían en esa iglesia. Ella era una muchacha de corazón puro y creía en las buenas intenciones del gallardo príncipe, que siempre hacía lo correcto. En ese mismo momento el príncipe se dio cuenta de que si se casaba rompería la ley del NO CAMBIO y eso no podía ser. Sus vasallos dejarían de serle respetuosos. No podía haber excepciones a la regla. Él era el ejemplo a seguir para todo su pueblo. Había que ser consecuente. Y lo fue. Miró a la muchacha a los ojos y le dijo que jamas se casaría con ella en esa iglesia ni en ninguna.

Tan fuerte fue la impresión, que la doncella ignoró totalmente sus duras palabras para que no se le partiese el corazón. Siguió andando pensando que su amor hacia él era tan grande que un día le haría cambiar de opinión.

Los años pasaron y la doncella seguía al lado del príncipe, sin casarse, haciendo de esposa. Cada cierto tiempo soñaba con que la ley era derogada y podrían por fin casarse. Pero los años pasaban sin esposo a la vista. Sus padres y sus familiares le preguntaban por qué consentía esa situación si su sueño siempre fue casarse, como el sueño de casi todas las doncellas de la región. Y ella siempre respondía que lo soportaba por el amor del príncipe.

Hasta que un día, 14 años después de su primer beso, supo que ya no quería seguir sin cambiar. Y se marchó dejando al príncipe, en pos de alguien que la amara lo suficiente como para cambiar una ley o un reino por ella. Y le encontró. Se casó y tuvo tres hermosos hijos que son la luz de sus ojos. Pero ese es otro cuento.

El príncipe por supuesto que se enfadó, como era de esperar. Quién era esa doncella que se atrevía a intentar cambiar algo. Cómo osaba desafiarle y dejarle. Lo pensó durante unos días y llegó a la conclusión de que ella no hubiera valido la pena y siguió su camino, seguro de haber hecho bien. Pensando que era feliz sin que las cosas cambiaran y haciendo lo mismo que llevaba años haciendo. Si las cosas parecen ir bien, para qué cambiarlas, se repetía una y otra vez. Así siguió pensando que todo estaba bien.

Pasado algún tiempo su padre el rey le envió en una embajada importante a un país muy muy lejano cruzando el mar. En aquel viaje conocíó a la hija del rey de aquel país al otro lado del mundo y se enamoró como pensó que no se había enamorado nunca. Ella era digna de él. Una autentica princesa. La cortejó y le pidió a su padre que le permitiera llevarse a su hija a su principado para vivir con él y ser su princesa. La princesa no estaba muy segura pero la insistencia y el amor del príncipe la convencieron. El rey del lejano reino sólo puso una condición: deberían casarse antes de abandonar el país para surcar los mares hasta el principado. El príncipe aceptó sin demora y se casaron a los tres meses después. Y partieron de vuelta al principado.

Al presentar a sus padres y a sus súbditos a la nueva princesa todos aceptaron la voluntad del príncipe sin rechistar. Por el pueblo corrían rumores y el rey no estaba muy contento. Pero como conocía el carácter del príncipe no dijo nada y trato a la princesa como a una hija.

Nadie supo cómo reaccionó la doncella de buena cuna, mas todos pudieron imaginar su enorme decepción al darse cuenta, por fin, que no fue por la ley del NO CAMBIO que el príncipe no se casó con ella. Simplemente no la había amado lo suficiente durante todos esos años. Aquello despertó la curiosidad de las Mariposas del Destino que normalmente vuelan por el bosque tan panchas. Y decidieron vigilar al príncipe que se había ganado una lección del Destino, su jefe.

El príncipe le compró un castillo a la princesa para poder vivir su cuento de hadas. Le regalo vestidos y la cubrió de joyas. La amaba profundamente, estaba contento de haberse casado con ella y de haber cambiado de estado civil. por ella. Si, había merecido la pena. Todo en ella era perfecto. Todo era perfecto.

El príncipe estaba satisfecho, muy satisfecho. Contento consigo mismo y con su gran bondad. Le dío una vida que él creyó perfecta. Una buena vida llena de comodidades. La colmó de mimos. Pero la princesa no se adaptaba a ese nuevo reino. Esa no era su casa y se sentía sola. Echaba de menos a la reina madre y a sus hermanos. Y se entristeció. Intentó seguir siendo alegre y divertida por el amor del príncipe, pero en vano. Y un buen día se el nubló el corazón. El príncipe no entendió por qué su princesa había cambiado si él seguía siendo el mismo...

Continuara....

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