Un día cualquiera, es uno de esos días que uno supone será igual al anterior e igual al siguiente. La luz de la mañana recién estrenada se filtra por las cortinas floreadas de la habitación. No se oye nada por la casa, todos duermen todavía. Entre mis pestañas descubro los rayos del sol reflejados en la pared, como haces mágicos de una varita inmensa. El polvo almacenado en la habitación les da un cuerpo dorado, partículas diminutas en suspensión flotan como diminutos duendes juguetones recién levantados.
Me doy la vuelta y busco la mejor postura. Inspiro con fuerza el aire, que huele a mi cuerpo dormido, y me arropo con el edredón intentando seguir durmiendo. Mis pensamientos caen de nuevo sosegadamente, y al igual que las partículas, van asentandose en mi mente.
Un pensamiento más brillante reluce en la negrura de mis párpados cerrados. Un pensamiento agradable, amigo, callado; un pensamiento alegre como la flor de su nombre.