jueves, 16 de diciembre de 2010

¿que haces estas fiestas?

¡Qué frío tan atroz! 
Caía la nieve, 
y la noche se venía encima. 
La niña de los fósforos
Por Hans Christian Andersen


Aquí estoy robando horas a mi vida cotidiana de humana que se supone productiva, para poder descargar toda al información que entra por mis sentidos. Una vez procesada por mi saturado cerebro esto es lo que sale. Hace tiempo que me ronda una historia por la cabeza, de hecho hasta tengo algunas notas que he ido recopilando a lo largo de estos meses. Así que me voy a animar a darle forma visto que pugna por salir....

TRISTE HISTORIA DE NAVIDAD


Hace un frío que pela a las nueve de la noche de este oscuro diciembre y Adrian sale del coche cansado de todo. En realidad, al cerrar la puerta con un leve portazo, se da cuenta que no es metafórico ese "todo". La carretera volvía a estar tan embotada, que le había dado tiempo hasta de imaginar las arterias gigantes, enormes, de un megamonstruo de asfalto. Esas arterias, a punto de explotar en un aneurisma de tal magnitud, que mataría al propio monstruo en el que se había convertido su camino a casa. Arterias-autopistas, tan grandes que las células-coche no se daban cuenta de por dónde circulan. Era un pensamiento extraño, una conexión estúpida, él mismo se sorprendió de las cosas que se pueden llegar a pensar en un atasco que te impide llegar de una maldita vez a tu casa.


Cuando Adrian está cansado es cuando le vienen las historias más raras a la cabeza.


Eso sucede desde que él es capaz de recordar. A sus treinta años ya se sabe de memorieta las técnicas necesarias para ser un individuo funcional en esta sociedad, en la que le ha tocado vivir. O al menos aparentarlo. 


Adrian no se considera un individuo funcional en su fuero interno. Y eso le irrita. Esa irritación ha llevado a pensar cosas que los demás pueden interpretar como muy inquietantes. Sin embargo, a lo largo de los años, ha aprendido a ocultar su verdadera forma de ser, y de pensar, para integrarse. Es un camaleón social. En cierta forma siempre ha escogido el modo alternativo de hacer las cosas, que en el fondo tampoco es gran cosa. En ocasionas, la alternativa que escogía se salía de los márgenes.


Habiendo nacido en el seno de una familia acomodada hay ciertas cosas que te puedes permitir y otras simplemente te las permites sin que nadie se entere. Así, ya desde la adolescencia o tal vez niñez, aprendió a llevar una doble vida. Tal vez no una doble vida a la usanza, pero sí una vida secreta. Una vida interior, la única con la que sentía satisfecho. Algo que pocas veces ni se atreve a verbalizar y que jamás ha expresado con las palabras correctas y concretas a ningún ser humano. Alguna vez, cuando lo ha intentado, le han llegado a tachar de loco, o simplemente se han reído se sus ocurrencias. Lo cual le cerró la boca y le abrió la mentira.


A la edad de trece años ya pudo experimentar lo que sucede al expresarte sin barreras. Sueles convertirte en el incomprendido de la clase. A medida que tus compañeros y profesores ven en ti actitudes y aptitudes diferentes, van relegándote a otros planos hasta que uno no sabe si es raro porque no paran de repertirlo, o el no parar de repetirlo vuelve raro a uno.


Las razones dan igual, los hechos son lo que importan. En este caso, y pasado los años, Adrian está muy satisfecho de cómo había sacado partido a sus "rarezas".


Su afición por el dibujo, los cómics y la lectura le ayudó a encontrar una profesión en la que podía mimetizarse. Trabajaba en una agencia de publicidad y pasaba muchas horas al día dibujando o diseñando eso le permitía abstraerse del mundo que le rodeaba, aunque no siempre. Ser un bicho raro en ese mundillo está hasta bien visto. Hasta cierto punto. La maldita realidad siempre se cuela por las rendijas de la rutina y termina por amargarle la vida como en aquella noche tan jodidamente fría, en la que deseaba con todas las fibras de su cuerpo un armagedón. Un final total navideño. Algo que acabe ya con todo. Con el ridículo de la vida moderna y las felices fiestas.


Adrían odia el invierno. Puede que este invierno esté más sensible que otros, puede que esté hasta deprimido. Sobretodo odia las navidades, con todas sus fuerzas. Le repelen. Para él son la representación más denigrante del "paripé" social. Aunque se cuida mucho de decirlo con demasiado ímpetu. No quiere que sus compañeros piensen que es una aguafiestas o un penas. Nada peor en este mundo en el que la imagen manda. Y da muy mala imagen ser un amargado. Así que, con todo el asco que esto le produce, asiste a las fiestas programadas por amigos, empresa y familia, sintiéndose como un mísero gusano traidor para consigo mismo, mientras se emborracha y se ríe de los chistes de su jefe. Esa autotraición le hace sentirse aún peor. Mucho peor. Se vuelve una serpiente neurótica, que se muerde su larga cola, sin poder dejar de hacerlo y lo que es aún peor: sin que nadie lo note.


Al entrar en su casa, da gracias a sus dioses particulares de poder vivir solo. Ese pensamiento le anima, y le quita de un plumazo momentáneo el sentimiento apocalíptico que arrastra. A veces, pocas, echa de menos la compañía. El calor de unos brazos y una melena en la frías noches de invierno. Sin embargo, cuando lo piensa en frío; después de masturbarse en la ducha, pensando en la última chica que le calentó la cama, aleja el pensamiento de su mente concentrándose en sus propias necesidades. Es entonces cuando se encuentra a si mismo. Cuando puede ser él, a sus anchas. Sin tapujos. No tiene que jugar a ningún juego, no tiene que quedar bien o hacer cosas que en realidad no quiere hacer. Esos pensamientos alejan de su mente, en cuestión de segundos, la necesidad primaría de compañía permanente en su vida. Le acunan al sentarse en el sofá.


Adrian es un tío guapo y no le cuesta ligar. De echo, a veces aunque no amenudo, algunas mujeres se le han ofrecido de manera descarada. Chicas bonitas, con ganas de pasarlo bien, sin una sola neurona en la cabeza capaz de pensar más allá  del último par de zapatos comprados de saldillo. Esas son las que menos problemas le dan. Hay noches en las que está tan harto de todo, que se deja llevar por las conversaciones insustanciales de las princesas de la noche. Se mete en el papel de seductor misterioso y se las lleva a casa sin recordar su nombre. Sin haber abierto la boca más que para decirle lo guapa que es y lo mucho que le gustan sus zapatos, algo que casi nunca falla. La siguiente vez que abre la boca es para cerrar los labios a la presa parlante que ha caído en su trampa.


Continuará...
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