viernes, 4 de diciembre de 2009

abrir los ojos

Es curioso que cuando tenemos las cosas más cerca no nos damos cuenta de que ahí están. Es el dicho popular "si es un perro, te muerde". Y pasa con todo, sólo nos fijamos que ya no están, cuando se han ido. Entonces notamos su ausencia. Pasa con las gafas o con los amigos. ¿Dónde he puesto las gafas? ¡Madre mía, qué cabeza tengo¡ ¡¡¡Me cago en diez!!!! ¡de este año no pasa, me opero la vista! Voy subiendo el tono a medida que me doy cuenta que no las encuentro, que soy muy dependiente porque no veo patata sin ellas. Las quiero y las odio. Y pongo a Dios por testigo que no tendré nunca más gafas. Hasta que llega mi hermana, me mira como si me hubiera vuelto loca y me dice: "las tienes en la cabeza".


¿Y cómo se me queda a mi la cara? Pues cara de gilipollas, para qué negarlo. Y después cara de alivio. Me las pongo y veo. Adoro mis gafas.

Cuando una cree que ya no tiene el favor de un amigo, porque no ve lo que está haciendo por una. Cuando una reniega y patalea porque no lo ve. Y luego, más tarde, algo mundano hace que abras los ojos y sepas que siempre estuvo ahí, a tu lado. Se te queda esa misma cara de gil, al reconocer lo mucho que le quieres por ser como es y por enseñarte a ver.

Magia.

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