martes, 27 de abril de 2010

amaneceres a peseta

¡He perdido mi gotita de rocío!, 
dice la flor al cielo del amanecer, 
que ha perdido todas sus estrellas.
Rabindranath Tagore (1861-1941) Filósofo y escritor indio.

Desde luego, me ha costado más que de costumbre recuperarme de este fin de semana. El sábado fue demencial, y ni siquiera sé porqué me pegó tanto el alcohol, si tampoco bebí tanto. Seguramente es sólo una excusa. Sé, por lo que me ha contado Cata, que le dije a un tío con una chupa de cremalleras a lo travoltá en Grease, que tenia ganas de follar y le pregunté si estaba dispuesto a satisfacerme en otra ocasión porque estaba sin depilar y con la regla. ¡Dios, y todo esto delante de la ojiplática Cata!, que no se podía creer que le estuviera diciendo a un tío, a las claras, que si no le importaba quedar cuando no tuviera la regla y estuviera depilada para darnos un homenaje. No suelo hacer esas osas. Pero supongo que tener el corazón roto influye para un comportamiento tal.

Le dí mi teléfono al tipo de la chupa y, seguidamente, Cata y yo nos fuimos a tomar unas porras recién hechas al pueblo. Llegué de amanecida a la calle que va a mi casa, satisfecha, después de zamparme dos porras con azúcar. Miraba fijamente cómo el sol salía en domingo y conduje hasta el final de la calle, dónde voy corriendo habitualmente. Paré el coche. El amanecer despertó toda mi ternura, una que ya tengo casi olvidada. Viendo el cielo tornasolado, y los primeros rayos de sol alumbrando esta parte del planeta, todos mis problemas me parecieron ínfimos, minúsculos, como motas de polvo. De ése que no estaba echando en esos momentos. Pero no me importó. El alcohol en mi cerebro transformó el espectáculo más común de la naturaleza, otra vuelta al sol, en algo mágico. Irreal. Cuando no hay nada más real que el sol sale, siempre. Nos guste o no.

Salí del coche. Dejé la radio encendida y me metí por un agujero de la alambrada al campo. La vía del tren está a la altura de mis pies. Por aquí he cruzado las vías muchas veces, de pequeña. Solíamos poner una peseta para ver como el tren la aplastaba y la dejaba fina como una hoja de oro. Desee tener una peseta a mano. Y ese pensamiento me llenó de nostalgia. Nostalgia por los días en los que los trenes no eran tan rápidos, ni tan habituales. Nostalgia por los días en los que mi hermano venía conmigo de aventura a investigar El Pardo y sus habitantes. Nostalgia por las noches en las que miraba de lejos a Emilio, mientras el jugaba con los mayores de la urbanización.

Todo ya ha pasado, como los trenes. Las vías hacen un zumbido metálico característico minutos antes de que el tren pase volando. Eso te avisa con tiempo para alejarte después de haber colocado la moneda en la vía. Ya no me atrevería a hacerlo. La vida me ha enseñado a temer.

Ya ha amanecido mientras recuerdo. Cuando siento una presencia. Creía que estaba sola. Pero no. Un hombre joven, en vaqueros y con camisa a cuadros, con una pequeña bandolera anda por el medio de la carretera. Parece alguien sin prisa. A lo mejor es el novio de alguna. O un amante, que se tiene que ir cuando el marido llega a casa. O simplemente uno que va buscando el puticlub de lujo, que hay por esta zona. Me tenso. No hay nadie, aparte de nosotros, y la gente duerme todavía en domingo. Las empresas están también cerradas. Me mira. Le miro. Viene hacia mi. Yo pienso que seguro que es otro borracho con ganas de más. Me levanto, preparándome mentalmente para lo peor, pero esperando lo mejor. El chico está a unos cien metros de mi. Y viene directamente hacia mi. Yo me muevo deprisa hacía mi coche y le encaro. Me pongo de frente. Planto los dos pies firmemente en el suelo, las piernas levemente abiertas. Recordando de golpe todo lo que sé de defensa personal, que no es mucho. ¡Esto es lo que me faltaba ahora, joder, no se puede estar tranquila!, pienso. ¡Que venga un loco con pinta pijo moderno, me viole, me mate y me eche a las vías del tren sin que nadie en esta zona residencial se dé cuenta de nada!.

El chico, moreno y alto, no debe tener más años que yo. Llega hasta dónde me encuentro, confiado, tranquilo. Me mira a los ojos. Y me dice: "Policía Nacional". Mientras me enseña la placa. Increíble. En pleno amanecer, en una calle perdida de la periferia madrileña, a kilómetros de la delincuencia y el crimen, o por lo menos eso a mi me parece. Ahora si que creo que he atravesado la pantalla y estoy en una película irreal. Me quedo loca, con la boca un poco abierta, sin podermelo creer. Miro fijamente esa placa. "¿Puede identificarse?", me pregunta, todo muy amablemente. ¡Pero que tengo yo con la poli! Le digo que claro, que vivo aquí y que he parado un momento a ver el amanecer, antes de ir para casa. Me pregunta si estoy bien, mientras revisa mi documentación. Ya me encuentro mucho mejor y he notado como el pedo se me quitaba a la velocidad de la luz. Le pregunto si estoy haciendo algo malo. A lo que me responde que no, que sólo le ha parecido raro.

A mi sí que me parece raro que un nacional de paisano se pasee por mi calle, tan pancho. Me dice que eso lo hacen siempre, que van mucho de paisano. Me pide también el carné de conducir, y ya empiezo a sentirme como en un estado militar, vigilado. Sospecho que algo pasa. Su radio suena, sus compañeros le hablan. Le digo que me ha asustado, como no lleva el uniforme, que pensaba que quería hacerme algo,  Al final, le cuento que crecí aquí y que estaba pensando en lo mio. Le preguntó qué hace tan lejos de los malos, irónica, y me dice: secreto. Y me tengo que joder, y mi curiosidad se viene conmigo a casa. Pero ya no puedo dormir tranquila. Ni siquiera sé si este mundo amenazado me gusta, pero no puedo hacer nada por cambiarlo. Nadie puede. Sólo dar las gracias porque un chico, majete y con nada que hacer, salvo su trabajo: patrullar mi calle me trate amablemnete y me pregunte si estoy bien. Eso es más de lo que puedo esperar de muchos de los tios que me he encontrado últimamente. A lo mejor pensó que me quería tirar a la vías y se acercó. Otro, ni siquiera se hubiera preocupado. Pero la vida es así. La gente no se preocupa. Sólo por si mismos. Pasan directamente y sin saludar.

Por cierto, he recibido sms del tipo del bar. Más que dispuesto a hacerme el favor que le pedí la noche del sábado, sin importarle mi menstruación ni mi falta depilatoria. Tengo que plantearme dejar de salir de noche.

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