domingo, 25 de abril de 2010

campanadas

Donde hay matrimonio 
sin amor, 
habrá amor 
sin matrimonio.
Benjamin Franklin (1706-1790) Estadista y científico estadounidense.

Oigo las campanas de las ocho menos cuarto de la mañana del colegio de monjas de al lado de mi casa. Supongo que llaman a maitines. Yo, todavía no me he ido a la cama. He cometido el fallo de beberme un Red Bull esta noche y ahora, en plena mañana de domingo no puedo dormir. Y eso que hasta ahora me dormía cuando salía el sol. Sin embargo, esta buena mañana de domingo, de perfecta primavera, no puedo dormirme. ¡Diosa, todo es muy complicado, pero a la vez demasiado sencillo!.

He ido al Bareto, al restaurante-bar de mi madre y su marido en Maga la Honda. Antes que visto a Cata, una amiga que conozco gracias a que fue la novia de un amigo mio -que ya no es amigo mio- por si las moscas. Pero bueno, hoy he salido con Cata por la aldea, como cuando tenía 19 años. Lo más duro de todo, es que nada ha cambiado en todo este tiempo. Todo sigue básicamente igual. Y eso me confunde, en serio. Maga la Honda sigue sin semáforos y los que fueron compañeros de clase ahora tienen una calva y una barriga que no me atrevía a imaginar en la adolescencia. De hecho los más guays de la clase son los que peor se conservan, son los que están casados y más ganas tienen de ponerle los cuernos a su mujer.

Eso me recuerda que esta noche Cata se ha estado trabajando a un tío con un siete enorme en la camiseta, hasta la hora en la que han cerrado el garito. Ya en la calle, algo me ha dicho que no me podía fiar de esa pandilla. Al final resulta que era un grupete de casados de rodríguez de sábado noche, con ganas de mojar en otro chocho distinto al de su santa. Patético. Y sus mujercitas en casa esperando con los críos para ir mañana, o mejor dicho hoy, al zoo. Me dan ganas de vomitar. Lo que no sé es: si es por los cerdos de los casaos que salen de parranda con sus otros amigos casaos y no dicen ni mú de su estado civil, hasta que preguntas -la marca del anillo se nota en sus dedos anulares- o por las mil copas que me he tomado.

Menos mal que estaba Cata para enseñarme dónde esta el suelo bajo mis pies. Va por ti, Cata, la gata.

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