viernes, 30 de abril de 2010

corazón/flecha

El aburrimiento
es lo que queda 
de los pensamientos 
cuando las pasiones 
son eliminadas de ellos.
Alain (1868-1951) Filósofo y ensayista francés.

He tenido un día horrible. Uno de esos días en los que es mejor no haber hecho el esfuerzo de levantarse. Me duele todo. El corazón, el alma, el estómago, hasta el pelo, me duele. Uno de esos días en los que te tienes que levantar temprano y afrontar la realidad de la vida de golpe. Sin anestesia. Ni siquiera las flores que está plantando el Ayuntamiento por todas partes me lo han animado. Ni siquiera las amapolas de El Pardo me han saludado hoy. Yo tampoco a ellas. Casi las he despreciado. Las cosas se ven de otro color cuando te tienes que levantar a las ocho de la mañana para ir a fichar al paro. Entonces la realidad de España te golpea como una bofetada inesperada.

Si, somos muchos. Son muchas las caras tristes en la sala de espera del paro. Eso me afecta. Ya no sé que pensar. Ya no veo nada seguro. Voy a mis clases de italiano, pero tampoco veo que eso pueda ayudarme a ver las cosas de color de rosa. No, porque las cosas no son de color de rosa. Ni en mi vida, ni en la de muchisima gente. He perdido, en este tiempo, casi toda la ilusión y eso me entristece. En este abril lluvioso que se termina, sólo puedo pensar en el verano. Pero eso tampoco es que sea nada que me haga saltar por los aires, el verano es bonito, está bien. Supongo que lo más sensato es que me marche una temporada, tal vez así vuelva a encontrar las razones alegres que Emilio se llevó consigo. Todavía sigo maldiciéndole. Ahora ya en silencio. Ya no le menciono nunca. Tal vez, en ciertas ocasiones, si le tengo que reconocer a alguna amiga intima que no estoy bien, que me ha echo polvo. Entonces me refiero a él como el joputa.

¡Qué diferente fue el abril pasado! Estaba totalmente en la nube con él. Estaba tan colada que todo parecía maravilloso. Era una sensación única saberle de nuevo en mi vida. Era fantástico escucharle y contarnos nuestra vida. Era una aventura excitante que me hacía reverberar las entrañas. El teatro, el cine, las copas, la música, los libros, el arte, los restaurantes todo me interesaba, todo lo quería compartir con él. Por mis venas corrian litros de pasión por la vida, por Emilo, por todo.

Ahora ya no quiero compartir nada con nadie. Nada. Ahora soy un río seco. Sin caudal apasionado, sin el agua vital del amor. Ahora todo lo critico. Ahora veo todo del color que es: gris azulado. Como estos cielos plomizos de abril. Vuelvo a ver lo malo de la vida, en cada esquina. Cuando él estaba conmigo no veía nada de eso, sólo soñaba con pasar con mi coche por su calle. Aparcar y hacerle una visita. Sentarnos en la cocina y contarnos el día, la semana, los años. Ya no le cuento mi día a nadie. Salvo al blog. Y para eso tengo que hacer un esfuerzo, porque ni siquiera le veo tampoco sentido a esto. Aunque supongo que es una fase y que pronto se me acabará la abulia.

El aburrimiento. El aburrimiento supino de esta vida sin mi Capitán. De estos días de lluvia sin agua. La certeza de que es para siempre, que nunca volverá. Que se ha ido como vino. Me ha comprimido el corazón hasta convertirlo en una piedra negra y cortante, como la punta de una flecha prehistórica, sin sitio para nadie y dispuesta a disparar al que se me acerque.

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