crisálida con alas

En esta vida 
hay que morir varias veces

para después renacer. 

Y las crisis, aunque atemorizan, 

nos sirven para cancelar una época

e inaugurar otra.
Eugenio Trias (1942-?) Filósofo español.

La primavera se asoma al frío portal, de este desastroso invierno, lleno de corrientes heladoras del norte. El anti-ciclón nos abandonó a nuestra suerte. Nos dejó a su hermano mellizo, ciclón, para cuidarnos. ¡Qué ilusión notar que ya llega la primavera!. Parece una bobada, pero sentir esos rayos calentitos en mi escote: me anima. Salir de casa a cuerpo es un lujo que le envidio a las personas que viven en climas más templados.

El clima de Madrid es extremo, como sus habitantes, como ella misma. Una cuidad maníaco-depresiva en todo su explendor, no conoce medias tintas. Pasa del frío helador al calor más agobiante. Sólo nos regala unos pocos días de eutimia. Podemos ver florecer todos los arboles, todos los jardines, todas las gramineas. Todos a la vez. En una orgía polinizadora demente que dura sólo unos días, que mata con su intensidad asmática. Para luego comprobar, que no podemos vivir sin los resfiados de los aires acondicionados. No podemos vivir sin polinizarnos a todas horas, mientas dure el carnaval de las feromonas primaverales.

Ese clima hace de los moradores del centro de la peninsula, los lobos meséticos que pueblan esta cuidad, seres con dos caras, como las monedas. Cara, por la cara. Cruz, vaya una cruz. Totalmente bipolares, totalmente duales. Un madrileño que se precie puede ser el ser más amble del mundo y un nanosegundo después, puede abrirte en canal sin siquiera parpadear, sin que notes la herida mortal y mejor si es por la espalda.

Hoy, a mi me da todo igual. Todo me la toca, en este lunes soleado. En serio. Sólo ver el sol reflejado en el agua sucia del estanque me calma las ganas de matar a alguien y me entran ganas de besar desconocidos. Madrileña de cepa. Sentir el calor de la pizarra en las plantas de mis pies, es más relajante que un puto lexatín. Ahora veo el mundo de color magenta, de la luz que me manda Lorenzo al mirarle a la cara; como si fuera puesta de ácido por la vida: subidón fotónico.

Menos mal. Gracias. Gracias solecillo por traer un poco de sombra a mi vida. Sin tu luz no sabría lo que son las sombras. Ni sabría reconocerlas. Las cosas vuelven a colocarse en su sitio como cuando se comienza a reconstruir una ciudad después de un terremoto. La vida sigue, es la misma. Vuelve a ser. La que no va ser la misma, voy a ser yo. Después de este invierno seré otra. Me habré metamorfoseado, saldré de mi pupa, como los insectos dolidos, y echaré a volar.

Eso es lo que me sucede, estoy luchando por deshacerme de mi crisálida, sintiéndome demasiado agobiada rodeada por mi capullo asfixiante de sociedad decrépita. Necesito salir al jardín y saltar de flor en flor, buscando el mejor néctar. Desplegar las alas y mojar las antenas en el agua verde marrón. Cuidar de no caer de nuevo en la charca de fango sucio que fue mi reencuentro con el Capitán. Mantenerme alejada de todos los capitanes chupópteros del planeta.

No me convienen las redes de arácnidos sedientos de vida.

Darme cuenta que el Destino quiso enseñarme una lección. Todavía no sé cual es, espero que la primavera me la enseñe. Tal vez tenga algo que ver con el perdón y con el rencor. Con el pasado. Con la niñez. Con la inocencia. Pero no lo sé. No estoy tan segura de ello. Cuando te joden de gratis, la respuesta más lógica es la defensa. Y no hay mejor defensa que un buen ataque. O a lo mejor no. A lo mejor, la mejor defensa es la ignorancia. Eso parece que les va bien a muchos. A mí desde luego nunca me fue ser una ignorante.

No soy de las que ponen la otra mejilla; ya lo fui, y así me fue. Esperaré y seguiré abriendo mi crisálida, sumida en la modorra de un jardín pelado, deseando explosionar y batir mis alas.