viernes, 22 de enero de 2010

elixir de amor

Hace varios años, muchos años, en realidad. Era una jovenzuela alocada y pretendía comerme el mundo. Lo peor es que pretendía saber mejor que nadie como funcionaba. Hoy ya no pienso así, no sé como funciona el mundo. Lo intento cada día, me esfuerzo en comprender, en entender su mecánica. Al final, esa va a ser la clave. La comprensión. No lo sé, estoy todavía en ello.

Una mañana de abril, la recuerdo bien, me levanté para ir a la universidad. Supongo que tendría cierta presión con los exámenes, mi novio, los trabajos y los compañeros. Quería sacar muy buenas notas y labrarme un futuro prometedor como publicista. Comerme el mundo a bocados de veinte segundos. Esa buena mañana hubiera caído en el olvido, de no haber sido por lo que pasó al bajar las escaleras, y llegar a la cocina.

Entré en la luminosa habitación, alicatada en blanco y verde, con muebles de madera blanca y el mejor estilo rústico que mi madre pudo pagar. Ella estaba sentada a la mesa, al lado del ventanal que da al jardín, tomando su café negro del desayuno. Yo casi ni saludé, no le gusta que le hablen por las mañanas, eso ya lo he aprendido, después de las veces que me ha mandado callar la boca desayunando.

Abrí la nevera de doble hoja, una de esas neveras estilo americano de finales de los 70, con un nicho exterior para los hielos, roto desde que la compramos. Busqué le zumo de naranja. Miré por todos lados, en la nevera había de todo, leche, horchata, coca-colas, agua mineral, pero nada de zumo. Mi zumo. Entonces me dí cuenta de que no había zumo de naranja, esa mañana no iba a haber zumo para la niña. Y rompí a llorar. Me subió del estómago un nudo amargo, una bola de decepción que no quise parar y que desembocó en mis ojos. Y lloré, como un bebé de veinte años. Mi madre levantó la cabeza del ABC, y me preguntó si me había vuelto loca. No, yo ya estoy loca.

Han pasado muchos años, mi madre todavía me recuerda aquella llorera estúpida por el zumo, y yo sigo llorando por cosas estúpidas. Lloro por no tenerte, lloro por tenerte lejos, lloro en el cine y lloro cuando me emociona una historia tonta de amor. Hay veces que abro la nevera y veo el zumo de naranja dentro, el que mi madre se acuerda todavía de comprarme, y me dan ganas de llorar, pensando lo que le mueve a hacerlo, en su gesto de amor. ¡Vaya una tontería llorar por el zumo de unas naranjas, si por lo menos fuera cortando cebollas!

1 comentario:

  1. Querida Maggie:
    hoy, a las 7:15 de la mañana, he llorado por mancharme los ojos con el rimel....y cuanto más lloraba, más me manchaba. Yo estoy loca también. Simoneta

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confiesa aqui o en: lamagamaggie@gmail.com

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